Orgasmo, y no hablo de sexo. Así podría definir el día vivido en las Lofoten. Salí alrededor de las ocho de la mañana y eran las ocho de la noche cuando llegaba a destino. Casi doce horas sin parar, recorriendo para arriba y para abajo estas islas y todos sus rincones perdidos, y el cansancio nunca se apoderó de mi cuerpo. La energía que me trasmitía todo lo que me encontraba me ayudaba a seguir y a seguir, y tuve la suerte, como casi todo el viaje, de encontrarme un día espléndido, que iluminó cada puente, cada roca, cada ciudad, cada montaña que pude visionar y degustar perfectamente.
El día empieza ofreciéndome un despertar plácido con el sol alumbrando la ventana de mi habitación. Aún en paños menores la primera imagen que puedo captar ya me va preparando para lo que me acontecerá en unas horas.
Un desayuno plácido con la vista perdida en el horizonte, y la moto preparada para llevarme hasta donde le pida.
Dirección sur, hasta llegar a Svolvaer, para después continuar hasta el último pueblo de las islas, llamado A, el que sale primero, alfabéticamente, en todos los listados de ciudades del mundo. En los primeros kilómetros ya me voy encontrando cosas interesantes.
La carretera va desfilando por un valle, hasta llegar al Parque Nacional de Moysalen, donde se encuentra la montaña más alta de la isla de Hinnoya, con 1.262 mts de altitud. La verdad que por la temperatura que hace y viendo la cumbre de las montañas nevadas, junto con la espectacularidad de las mismas, se podría pensar que estamos en los Alpes, pero cada vez que veo la altitud en el GPS, ésta no suele sobrepasar los 300mts o menos, ya que buena parte de las rutas discurren a escasos metros de los fiordos.
El buen tiempo, unido a la calma ambiental de la zona se traducen en imágenes de cuadro, que ni un pintor hubiese podido plasmar mejor. A esta foto la podríamos llamar “Calma total”.
Una vez superada la ciudad de Svolvaer, conocida por muchos como la puerta de las Lofoten, ya que muchos la utilizan como punto de partida para visitar el archipiélago, sigo ruta hacia el sur de las islas, una de las partes más espectaculares que he visitado en mucho tiempo.
El primer lugar marcado en negrita, y al que me dirijo es Henningsvaer, una pequeña localidad, conocida como la Venecia de las Lofoten, uno de los pueblos más bellos de la zona. La estrecha carretera que te lleva hasta el lugar es de impresión. Recomendable un pequeño paseo por la zona del puerto, flanqueado por casas de madera típicas de la zona.
Y la vuelta por la misma carretera, ya que es la única que accede a este lugar.
Continuo camino hacia el sur, dirección Nusfjord, Patrimonio de la Humanidad por la Unesco. A mitad de camino una pequeña alegría. Me toca repostar gasolina. Paro en la primera que me encuentro, lleno el depósito y segundos después cae todo el sistema informático de la estación de servicio. Quiero pagar pero los chicos me dicen que no saben qué cobrarme, porque no les sale nada y que no pueden hacer nada. Pues yo tampoco, jeje. Me he ahorrado unos 35€, no está mal, ya que la gasolina la estoy pagando una media de 1,8/1,9 euros por litro por estas zonas.
Unos kilómetros después giro a la izquierda, dirección a esta pintoresca aldea de pescadores. Lugar recomendable a visitar por supuesto. Aquí una muestra.
Y después de estar un ratito en esta población, continuo ruta hasta la localidad más al sur de las islas, el pueblo de A, lugar donde termina la carretera. La belleza es sublime mires donde mires.
Incluso los postes de la electricidad se funden con el entorno para ofrecernos una bella imagen.
Toca dar media vuelta y volver hacia el norte, para ver varios lugares que me he dejado para la tarde. Y el primero que me encuentro es Reine, pueblo situado sobre una bahía e igualmente de una belleza de postal. En algún lugar recuerdo haber leído que la calificaban como “la fotografía más bella del mundo”. En este lugar no hay restaurantes ni cafeterías, ni falta que les hace. Mejor dejarlo como está y no malearlo. Estos lugares deberían permanecer inertes al paso del tiempo. Aquí va un retazo de lo que te puedes encontrar.
El fotógrafo más pésimo sacaría una buena foto deeste lugar, cada rincón te ofrece algo especial, y una sensación de que la vida circula a velocidades muy relajadas, dudo que sepan lo que significa el estrés. Algo tendríamos que aprender de ellos y relativizar los problemas de nuestro día a día, que seguramente nunca tienen la importancia que les llegamos a dar.
Un poco más al norte en la zona de Flakstad, es recomendable perderse por sus carreteras pequeñas y cruzar los múltiples puentes que te vas encontrando.
De camino otra vez a Svolvaer, donde voy apasar la noche, me paro en un museo vikingo, donde se puede ver la manera cómo vivían, recreado por personas que hacen las mismas labores que sus antepasados realizaban antaño. Y también, después de una pequeña excursión se puede ver un pequeño barco vikingo.
Son las siete de la tarde y llevo casi doce horas encima de la moto, con paradas puntuales, pero casi sin descanso. Pero quiero más. No me resisto a seguir disfrutando de lo que me está ofreciendo la naturaleza, y vuelvo a coger la carretera dirección Henningsvaer, y vuelvo sobre mis pasos otra vez para disfrutar de cómo el Sol va bajando su posición y creando unos colores y sombras que podrían ser objeto de un reportaje del “National Geographic”. Ahí va una pequeña muestra.
El día estuvo fantástico, de los mejores que pasé entodo el viaje, y aprovechado al máximo. La verdad que había visto y oído de todo sobre las Lofoten, pero lo que me había encontrado superó ampliamente mis expectativas. Es una zona para recrearse durante días y no hartarse.
Tocaba llegar al hotel a descansar y a cenar. Para acabar de redondear la jornada, en el restaurante del hotel, decidí probar un menú degustación de productos locales, regado con un Chardonnay de calidad, que sirvió para rememorar las fantásticas horas que había vivido.
La luna vino a despedirme y después de un paseo por el puerto para dar tiempo a mi cuerpo a hacer la correspondiente digestión, me retiré a dormir. La segunda parte del viaje concluía. Ahora venían los grandes fiordos, la Trollstigen, Bergen, el Preikestolen, etc, aún quedaba mucho por delante para disfrutar.
ETAPA 16. 15 agosto. Svolvaer(68°)-Mo i Rana(66°). 405 kms
Después del maravilloso día anterior, tocaba dejar las Lofoten. A las 10.45 horas salía de Svolvaer el ferry que me conectaba con Skutvik, desde donde tenía llegar a Mo i Rana en una etapa de transición, en la cual dejaría de estar en zona ártica y volvería a cruzar la línea del Círculo Polar dirección sur.
Pasadas las nueve estaba ya en la zona de embarque.Tiempo suficiente ya que los ferrys tienen capacidad suficiente y en ninguno de los que cogí a lo largo del viaje hubo gente que no embarcó. La frecuencia con la que salen la tienen suficientemente estudiada para que no se produzcan atascos ni sobreocupación.
Delante de mí, en la parrilla de embarque, un matrimonio holandés esperando también la hora. Se produjo un efecto, que no me había pasado nunca con la BMW, y que me ha pasado en muchas zonas en las que paraba con mi moto y es que la Harley se hace mirar, todo el mundo se queda prendado y vienen a “chafardear” e interesarse por ella. Algunos son moteros, otros simple curiosidad. Cuando le comenté al holandés que yo era de Barcelona el tío quedo flipado de que hubiese llegado hasta allí y que viajase en solitario. Espíritu motero, le dije. Resultó ser un socio del Ajax de Amsterdam y simpatizante del Barça. Acabamos hablando de fútbol, de cuando les ganamos el Mundial, y de la admiración que sienten en su país por el juego del Barcelona, sólo hacía que repetir, “Messi, Xavi, Iniesta, vaya trío”,jaja. Era mi primera tertulia de fútbol de la pretemporada, y se producía en un pueblecito de Noruega con un holandés del Ajax, ”la temporada promete” pensé.
Pues eso, que embarcamos (previo pago de 24 €), en un día espléndido, y a disfrutar de la travesía.
Y fuimos dejando atrás la costa en una travesía que duró un poco menos de dos horas.
Una vez llegado a tierra, emprendo ruta hacia destino. Lo que me pensaba que sería una etapa de transición me deparó unas carreteras interesantes y divertidas para disfrutar de la moto, e igualmente del paisaje que iba dejando atrás.
El día transcurrió con normalidad hasta pasado el mediodía. El sol fue dejando paso a las nubes y el viento hizo acto de presencia. A la altura del parque nacional de Saltfjellet, poco antes de llegar al Polarsirkelen, recinto por donde cruza la línea ártica, ráfagas de viento impresionantes que me hicieron bajar súbitamente la velocidad ya que me sacaban literalmente de la carretera, circulando con la moto totalmente inclinada y con un esfuerzo bestial para mantenerme en la calzada. Nunca había soportado vientos tan fuertes. Al llegar al recinto citado paré y me metí a descansar un rato y a comprar los recuerdos típicos del lugar.
El viento había remitido un poco pero el cielo estaba completamente negro y me temí un chaparrón de órdago que al final no llegó. Sobre las siete de la tarde llegué a Mo i Rana. Una ligera cena en una pizzería y a descansar.
ETAPA 17. 16 agosto. Mo i Rana(66°)-Trondheim(63°). 447 kms
Tocaba seguir bajando en busca de latitudes menores y de nuevos destinos. La propuesta del día era llegar a Trondheim. Llevaba diecisiete días de viaje y sólo había tenido realmente uno de lluvia, demasiada suerte por donde me encontraba. Pero la suerte es que los tres días que tuve de lluvia fueron etapas de media transición, que no me impidieron cumplir con el “planning” que tenía previsto.
Pero la lluvia en estos lares, cuando cae es insistente, pesada. Me toco aguantar la segunda parte de la etapa, unos 250 kms bajo el agua, poca visibilidad y un poco de frio. El ir bien equipado y la moto que respondió como una campeona me hicieron pasar el trago lo menos mal posible.
Sobre las cuatro de la tarde llegué a Trondheim. Un poco de descanso en el hotel, visionado de la previsión meteorológica del día, la cual me informaba que tendría un poco de tregua por la tarde, cosa que así fue, lo que me permitió salir a pasear tranquilamente por la ciudad y conocerla un poquito.
La Catedral de Nidaros, en primera instancia, convertida en el santuario nacional de Noruega, construida sobre la tumba de Olaf, el patrono del país.
Y la arquitectura de madera, típica de la zona en siglos anteriores, de las cuales persisten aún las de la zona del rio, construidas parcialmente sobre el agua, y que hoy en día sirven de viviendas y de locales comerciales.
La tregua del día anterior para visitar la ciudad había acabado y el día levantaba con nubes y lluvia. Dirección sur me tenía que encontrar otra vez con el buen tiempo y el sol y después de unos primeros kilómetros un poco húmedos el cielo gris empezó a dejar paso poco a poco a los rayos solares.
La primera parte de la ruta fue un poco monótona hasta llegar a la zona de los parques naturales que me tenían que llevar hasta Andalsnes, antesala de la famosa carretera de los Trolls, la Trollstigen.
Poco a poco al llegar a la zona de los fiordos, la mezcla de agua, nubes, sol y montañas me ofrecía paisajes de postal.
Y llego el momento de encontrarse con losTrolls, pasado Andalsnes dirección Geiranger, por la carretera 63. La subida no es muy larga pero hay curvas estilo “tornantis” de los Alpes, y la vista del valle y la zona desde arriba es espectacular. La primera subida la hice del tirón, con la cámara de vídeo grabando y a buen ritmo, hasta llegar a la cima donde paré a hacer las fotos de rigor. La verdad que no fue todo lo bueno esperado ya que me encontré varios autobuses en la subida que tuve que sortear como buenamente pude.
Una vez hechas las fotos de rigor me decidí a volvera bajar por el mismo lugar para disfrutar de la carretera. Segundo incidente del viaje; acostumbrado a bajar puertos con la BMW, que pesa bastante menos y frena algo mejor, me animé demasiado, no conté que la Harley pesa más de 400 kgs y al llegar a un “tornanti” demasiado rápido tuve que tirar de todos los frenos que tenía para no irme a la cuneta, salto el ABS y sentí un ruido extraño. Luz de avería del ABS encendida y dejó de funcionar. Por suerte el sistema normal de frenada no fue afectado y pude continuar el viaje sin problemas, si bien dejando de contar con el sistema de frenado de emergencia que había quedado inutilizado.
Pero eso no me iba a impedir seguir disfrutando del viaje. Después de unos minutos de cabreo (pocos), volví a enfilar puerto arriba y tomándomelo con más tranquilidad me fui parando a hacer las fotos de rigor del paisaje que te vas encontrando en la subida.
La bajada también fue interesante, no tan contorneada ni revirada, pero la carretera estaba en buenas condiciones y tanto las vistas del tramo final del parque natural como las posteriores del fiordo me fueron mostrando una tras otra las imágenes que te puedes encontrar a cientos en estos parajes.
Y a primera hora de la tarde, llegada a Alesund, conocida por sus construcciones Art Nouveau, después del incendio de principios del siglo XX que dejó la ciudad totalmente destruida.Torrecillas, chapiteles y la hermosa ornamentación dan un carácter de cuento de hadas a la ciudad. Es recomendable darse un paseo por sus calles para impregnarse de ese halo.
Después de las etapas de medio transición pasadas desde las Lofoten hasta llegar a los fiordos y la costa oeste de Noruega, tocaba llegar a la parte más al sur del país, tocaba descubrir Geiranger y después Bergen. Realmente fue uno de los lugares donde mejor me lo pasé. Quizás las etapas un poco tediosas de bajada y el cansancio de llevar casi tres semanas de viaje, hicieron que el ánimo decayese un poco en esos días, pero al llegar a esta parte del viaje, fue como tomar un elixir de fuerza que me levantaron otra vez y me sirvieron para afrontar los últimos días con energías renovadas.
Saliendo de Alesund, a los pocos kilómetros me tocó coger el primer ferry del día, desde Linge a Eidsdal. En estas zonas los ferrys tienen frecuencias cada 20 minutos y la travesía no dura más de quince minutos. El precio acorde al trayecto, cuesta 5,5 €.
Lo primero que me iba a encontrar sería el fiordo de Geiranger. Una maravilla. El día estaba nublado y no lo pude admirar entoda su inmensidad pero los atisbos que pude ir viendo ya me dieron una idea de porque atracan más de 150 cruceros en los cuatro meses de temporada de verano.
Y una foto al lado del pequeño Troll que hay en el puerto.
Después de la parada de rigor en Geiranger, el camino que sigue es una carretera espectacular, curvas y más curvas, saltos de agua que fluyen detrás de cualquier roca, hasta llegar al mirador de Dalsnibba, desde donde se ve todo el valle de Geiranger.
Y sigue la carretera camino de Bergen, entre valles y largos túneles, creo que el más largo que he pasado en mi vida, de 25 kms de longitud, que nunca se acaba, y después otro de 11 kms y otros menores, una sucesión de pasos subterráneos que van cruzando las montañas como si fuesen de papel.
Hasta llegar al Parque Nacional de Jostedalsbreen, donde se encuentra el glaciar más extenso del continente.
Choca encontrar verdaderos mastodontes, junto a pequeños barquitos que parecen preguntarse como carajo pueden fondear estos monstruos en fiordos tan estrechos.
Y sigue el camino……………………..
Segundo ferry del día entre Manheller y Fodnes,6 € el trayecto y enfilamos camino a Bergen.
Y a media tarde ya estoy en el hotel y con ganas de empezar a conocer esta ciudad, de recorrer sus calles, el puerto, a ver que me ofrece.
Son las siete pasadas de la tarde, un primer paseo por el mercado del pescado del que ya quedan pocas paradas abiertas a esa hora,pero que aún me permite tomarme un ”fish & chips”. De camino al Bryggen empiezo a disfrutar de la puesta de sol, el día es magnífico. Dicen que Bergen es una ciudad en la que llueve como mínimo un poco todos los días del año, pero yo he tenido la suerte de poder disfrutar de un día espléndido.
Y la primera toma de contacto con el Bryggen. El ambiente por las calles es espectacular, muy animado, se nota que aprovechan los días de buen tiempo para echarse a la calle y disfrutar. La ciudad tiene mucha vida, eso me gusta, es una ciudad que empieza a enamorarme. Veo ríos de gente dirigiéndose todos a la misma dirección y me entero que está Rihanna en la ciudad y que hay concierto por la noche. No es lo mío, yo dirección contraria.
Y el sol sigue cayendo y mostrándome su cara mas amable.
Y la zona del mercado del pescado, una vez han cerrado las paradas, se transforma en un lugar de reunión de los moteros de la ciudad. Poco a poco van acudiendo a charlar y a tomar la cerveza en el bar que se encuentra delante, el Zacharias Bar. Por cierto la mayoría son Harleys…………
Aún no son las nueve, tengo tiempo y aprovecho para coger el funicular “Floibanen” situado a pocos pasos del centro, el cual me sube hasta la cima del monte Floien desde donde se tienen unas magníficas vistas de la ciudad y puedo disfrutar de cómo va entrando la noche en Bergen.
El sol ya se ha puesto, arriba la afluencia de gente es espectacular, se nota que todo el mundo espera que la noche se haga cerrada para apretar con insistencia el disparo de sus cámaras y tomar las bellas imágenes que ofrece el lugar. Totalmente recomendable subir aquí a estas horas. El precio es de unos 9 € y el trayecto es de quince minutos.
Estas son algunas de las que fui tomando con el paso de los minutos.
El día llegaba a su fin, un último paseo por el puerto y de camino al hotel a descansar. El día siguiente lo había planeado para descansar de moto y pasarlo enteramente en la ciudad, todo un acierto visto lo visto.
ETAPA 20. 19 agosto. Bergen(60°)- Día de descanso de moto.0 kms
Hoy me he vestido de turista, ropa cómoda, cámara en mano y a disfrutar de la ciudad. Muchas cosas por delante por ver. Después de un desayuno copioso, a las nueve y unos pocos minutos ya estoy en la calle. Los museos que quiero ver no abren hasta las once de la mañana por lo que aprovecharé para dar un paseo por la zona.
Lo primero que me encuentro es la vista del lago y su fuente central.
Una visita a la catedral y posteriormente una caminata ligera hasta el barrio de las calles estrechas, con las construcciones típicas de madera pintadas de diferentes colores.
Y como no podía ser de otra manera, la lluvia hace acto de presencia, es una llovizna ligera que tampoco molesta demasiado, pero aprovecho para bajar hasta la zona del puerto y entrar en el “Museo Hanseático”. Es interesante por ver como vivían los mercaderes de la“Liga Hanseática” que se asentaron en la zona del puerto y en el Bryggen durante 400 años. La entrada 7 euros.
Curiosas las camas que utilizaban para dormir, encerradas en una especie de cajas de madera que supongo les resguardaban del frio y quizás les daban un poco de intimidad.
Y tampoco me pude resistir a fotografiar sus libros de cuentas, supongo que por deformación profesional y por ver cómo se las apañaban en esos tiempos sin ningún medio mecánico de los que disponemos en la actualidad y que nos hacen la vida más fácil.
Pasado un rato, cuando salgo del museo, se ha terminado la lluvia y el día empieza a clarear. Aprovecho para ir a visitar el Bryggen y sus callejuelas interiores, llenas de pequeños comercios de todo tipo.
Después de haber paseado por la zona me vuelvo para la zona del lago, donde justo al lado están las galerías de arte, el Museo de Arte de Bergen y el Centro de Arte Contemporáneo, los cuales tienen colecciones importantes de artistas reconocidos, Munch, Picasso, etc. No hay fotos porque no permiten cámaras. La misma entrada vale para todos los museos y cuesta alrededor de 10 euros.
Me paso un buen rato por ahí, casi se hace mediodía y al salir veo que ya hay quién está empezando a comer.
Cómo está todo más o menos cerca me vuelvo a la zona del puerto donde me han recomendado que coma carne de ballena, algo que no he probado en mi vida y que me apetece conocer a qué sabe.
Pues no está mal, no es espectacular pero ha merecido la pena probarla, aunque me quedo con un buen solomillo o un buen entrecot. Toca descansar un poco y antes de seguir me voy al hotel a por la merecida siesta.
A media tarde ya vuelvo a estar en danza. Un paseo por las paradas del mercado del pescado en las que más del 50% de los que atienden son españoles. Estudiantes universitarios que vienen a hacer la temporada de verano, a ganarse un buen dinero y a practicar el inglés. Parece que los nativos no quieren estas faenas y las ofrecen a gente de otros países. Me comentaron que ganan más o menos unos 80 euros por siete horas de trabajo al día. Siempre me ha fascinado el espíritu de esta gente joven que no tiene miedo a buscarse la vida donde sea y a vivir nuevas experiencias que seguro les servirán en el futuro. Bravo por ellos.
La tarde va cayendo y me paro a tomar una cervecita en las terrazas del Bryggen, la verdad que la ciudad es preciosa, su ambiente calmo pero animado, que te ofrece alternativas para no aburrirte en ningún momento. Es, para mí, la ciudad del viaje que más me ha gustado. No la conocía y me ha sorprendido muy gratamente.
Ya a última hora de la tarde, mientras se va haciendo de noche aún voy a tener otra sorpresa agradable. De paseo por el puerto veo un tipo que ha montado su pequeña orquesta en la calle, de percusión, guitarra y armónica y está versionando canciones míticas del country, Johnny Cash, algo de blues, The Eagles, etc y me paro a escucharlo con la vista perdida en la puesta de sol que veo a sus espaldas.
El tipo en cuestión se llamaba Gee Gee Kettel y nos ofreció unos momentos mágicos. Al principio éramos cuatro o cinco, y al final el corro había llegado a las 50 personas más la gente de las terrazas de al lado que también disfrutaban de la bella música. Estuve unas dos horas sentado en el suelo, incluso una parejita medio hippie que tenía al lado me ofreció un canutillo, que decliné, aunque agradecí, ya que no yo no fumo, pero todos estábamos en un estado de relax total, abducidos por la música que nos iba ofreciendo ese músico. Quizás no tendría el marketing ni el glamour del concierto de Rihanna del día anterior, pero a mí me transmitía muchas más sensaciones de las que me hubiese transmitido la cantante. Antes de marchar le compré tres CDs de su música, (por 30 euros) que me acompañarían durante el resto del viaje que me quedaba hasta llegar a Barcelona.
El día terminó. A media noche me fui tranquilamente a dormir disfrutando de un último paseo y recordando los bonitos momentos que había vivido. El regusto que me quedaba de la visita a la ciudad era inmejorable, todo habían sido “inputs” positivos y agradables. Bergen entraba de pleno derecho en el top de mis ciudades preferidas que seguramente volveré a visitar en algún otro momento de mi vida.
Aprovechando que la ruta prevista para llegar a Stavanger era corta, me levanté un poco tarde. Eran las diez cuando me subía a la moto. Con la música que había adquirido el día anterior despedí Bergen y emprendí camino tranquilamente. La mañana paso de forma relajada, carretera tranquila, un par de ferrys de corta duración por el camino y sobre las cuatro de la tarde ya estaba en destino.
Descarga por enésima vez de las maletas en el hotel (ya me empezaba a cansar un poco, jaja), y a pasear por la ciudad aprovechando el buen tiempo.
Primero un paseo por el puerto, el Bryggen de Stavanger, y después por las callejuelas peatonales del centro. Es una localidad pequeña y es agradable perderse e ir conociendo sus rincones y sus peculiares casas.
Día tranquilo que terminó relajadamente y empezando a preparar las piernas para la excursión al Preikestolen, donde subiría al día siguiente.
Era el último día donde la moto no sería la protagonista. El destino era el famoso Púlpito. A las nueve de la mañana cogí el ferry desde Stavanger dirección Tau, unos 6 euros el trayecto y una duración de unos 40 minutos. Al llegar a Tau, no más de 30 kms me separaban de la base del Preikestolen. El día no estaba muy fino, cielo encapotado que amenazaba lluvia. En unos 20 minutos ya estaba en el lugar. Moto aparcada, traje de agua, buen calzado y ánimos. La ruta a paso normal se hace en un poco menos de dos horas. El camino, (si se puede llamar camino), es un sendero de rocas que en algunas partes del trayecto se hace un poco complicado, con pequeños riachuelos que van cruzando y mojando las rocas.
En algunos tramos incluso se hace complicado saber por dónde tirar, si bien hay señales pintadas en la roca que van marcando la dirección.
Después de un buen rato, las piernas empiezan a pesar y el tercer tramo antes de llegar al sendero final es el más duro.
Está claro que es importante un buen calzado, y los tobillos acaban reforzados de la torsión a la que son sometidos al no tener ninguna superficie plana donde pisar para ir avanzando.
Y al final la alegría, la visión de la dichosa roca, desde donde se tiene una maravillosa vista del Lysefjord, el fiordo de la luz.
La verdad que es impresionante ver la caída vertical de más de 600 metros que hay desde la cima. Hay gente que se sienta en el borde, ajenos al vértigo y al miedo. Yo por si las moscas, y con el viento que hacía, dejé un par de metros para hacerme la foto de rigor.
Aunque el día no era climatológicamente el deseable, las vistas compensaron el esfuerzo de la subida, y de momento aguantaba y no llovía.
De bajada empezó a llover insistentemente, el camino se hizo mucho más complicado y resbaladizo y acabé con unas agujetas en las plantas de los pies que apenas me mantenían en pie cuando llegué abajo.
Aunque el traje de agua en la parte superior hizo su efecto, como en las piernas sólo llevaba los tejanos, acabé calado hasta los huesos y cansado. La temperatura era bastante fresca. Un café caliente en el refugio antes de emprender la marcha para revitalizar el cuerpo y esperar a que la lluvia remitiese un poco.
Afortunadamente el tiempo se relajó y pude subirme a la moto y dirigirme otra vez a Stavanger, donde tenía el hotel. La tarde siguió lluviosa y fea, y después del tute que me había pegado decidí quedarme a descansar relajadamente en la habitación.
Terminaba la tercera parte del viaje. Habían pasado tres semanas desde aquel 31 de agosto, cuando salía de Barcelona, cargado de nervios pero con muchas ilusiones en la mochila, y el resultado no podía ser más satisfactorio. Nordkapp, los fiordos, el círculo polar, las Lofoten, Bergen, las ballenas y casi 10.000 kms en las espaldas habían colmado mis propósitos iniciales. Me quedaba el viaje de vuelta. Empezaba a despedirme de los países nórdicos, del placer de descubrir cosas nuevas cada día, de disfrutar con cada pequeño momento, y de haberme nutrido de miles de sensaciones con las que me sentía totalmente reconfortado.
La última etapa enteramente en Noruega me llevaría hasta su capital, Oslo. La intención inicial era coger la ruta más recta posible por la carretera principal (rv45 y E134), pero el tráfico encontrado en los primeros kilómetros junto con el buen tiempo reinante me hizo tomar una decisión de la que no me arrepentiría en absoluto. A los 50 kms de ruta, sin hacer caso al GPS, y recordando el día anterior cuando había estado repasando la ruta, me acordé de una carretera secundaria que pasaba entre zonas boscosas, lagos y parques naturales. Giro a la izquierda y a las pocas curvas un nuevo paraíso se abría a mis ojos.
Pequeños lagos reconvertidos en verdaderos espejos de la realidad, motivaban el disparo continuo de mi cámara de fotos a cualquier rincón que mis ojos podían abarcar.
La carretera era poco o nada transitada, sólo me encontraba cabras u ovejas de vez en cuando que me reafirmaban en este sentido ya que disfrutaban de su descanso en medio de la calzada sin ningún reparo a nada.
Entre nubes y claros lo que me iba encontrando me hacía pasar la jornada de manera muy agradable.
Lo que había de ser una jornada de medio transición,un poco tediosa, se convirtió en un perfecto colofón que me ofreció el país después de todo lo que había visto con anterioridad. Era la perfecta despedida, para que el regusto final durase días y días.
Por último un camino al cielo, antes de volver a la civilización, a las grandes ciudades y a las carreteras con mucho tráfico y atascos.
Y llegada a Oslo, sobre las cuatro de la tarde. Había decidido darme un homenaje final y alojarme en el Holmenkoller, elegido como mejor hotel de Noruega en el 2010, y la verdad que tanto el edificio, como las vistas de la ciudad no me defraudaron, si bien esperaba más de las habitaciones por el precio pagado y más comparándolo con otros de menos nombre pero mucho mejor equipados. De todas formas la nota final fue alta.
Un pequeño descanso en la habitación y preparado para salir a conocer Oslo. La verdad que para alojarse en este hotel es necesario disponer de un medio de locomoción ya que está bastante apartado del centro. En moto unos diez minutos, pero la travesía a pié podía durar una hora larga.
El paseo por el centro de la ciudad fue muy agradable, y lo pude disfrutar con los rayos del sol iluminándome desde el cielo.
Siendo la capital de la paz mundial desde que Alfred Nobel decidió que Oslo sería la sede de su premio más preciado, se pueden encontrar continuas referencias en el recorrido por la ciudad.
Y en la zona del puerto y alrededores hay una actividad tremenda, llena de restaurantes de todo tipo donde te puedes pegar un buen atracón, o locales y bares de diseño donde te sirven el cóctel o combinado más exclusivo que puedas desear.
Vuelta al hotel donde me esperaba una buena cena en un ambiente muy acogedor y cálido. Se notaba que empezaba a estar en latitudes más bajas ya que la noche se hacía cerrada a partir de las nueve de la noche. Aproveché después para pasear por los alrededores del hotel para hacer la digestión y para inmortalizar a mi querida moto junto al bello edificio donde me encontraba.
Se habían acabado las carreteras de paisaje y volvía a carreteras principales y autovías. A las nueve y media de la mañana, después de disfrutar de un desayuno de ensueño, (creo que el mejor de todo el viaje, por la calidad, cantidad y variedad encontrada), me monté en la moto y emprendí camino, dirección sur. Antes de salir una parada para ver el Holmenkoller,que es la rampa de saltos de esquí utilizada para los campeonatos mundiales de esquí.
Ruta tranquila hasta Malmo. Buen tiempo,temperaturas aún agradables, aunque por primera vez en quince días me quité la ropa térmica que había llevado continuamente durante dos semanas, y es que durante ese tiempo la temperatura no superó los quince grados en ningún momento.
El hotel lo tenía situado en pleno centro de la ciudad, cosa que me permitiría darme un buen paseo para conocer la ciudad.
Lo primero que vi fue la torre Turning Torso diseñada por Santiago Calatrava. Es el edificio residencial más alto de Suecia con una altura de 190 metros y fue considerada un referente en la ciudad en el año de su construcción, el 2005, al ser considerado el mejor edificio residencial del mundo.
Tuve la suerte de coincidir con el día grande de la ciudad, la cual estaba llena de feriantes, multitud de gente por las calles, tiendas de todos los colores y escenarios donde había actuaciones continuamente.
Y encontré otro de los españoles por el mundo,aunque esta vez no entré a visitarlo, ya que quería cenar en otro lugar más típico de la zona.
Y parece que aquí también hay gente que está con el agua en el cuello……………..
Y al final acabé cenando justo al lado de la plaza Lilla Torg, donde cuentan que se puede comer comida llegada de todas las partes del mundo. Cayó un buen solomillo con crema de quesos y antes una ensalada con productos locales. La velada fue muy amena dado el ambiente festivo que reinaba por todos los lugares.
Y después de la cena tocaba concierto en la plaza mayor. Un grupo local de pop-rock, Orup, que no lo hacía nada mal,aunque la verdad que los asistentes parecía que estaban en una ópera ya que la animación no era la más adecuada para un evento de este estilo, pero claro,tenía que recordar que aún estaba en los países nórdicos y la gente no tiene la calidez de las zonas del sur de Europa.
Después de un par de bises, sobre las 11:30 de la noche, el concierto acabó y tocó retirada. El día había pasado mucho mejor de lo esperado, con la suerte de haber coincidido con la jornada festiva y tener la oportunidad de disfrutar del ambiente y las actividades preparadas para disfrute del personal.
Nada más salir de Malmo tenía que volver a pasar por el Oresundsbron, el famoso Puente de Malmo que para mí era como la puerta que me llevaba a casa. Tuve la sensación que allí era donde acababa mi viaje y lo que me quedaba era básicamente los minutos de la basura hasta llegar a casa, ya que serían etapas tediosas de muchos kilómetros y poco más.
Quinientos aburridos kms de autovía hasta llegar a Hamburgo. El hotel escogido era uno de los más altos de la ciudad y tuve la suerte que me dieron la habitación en el piso 25, con lo que las vistas eran espectaculares.
Luego una paseo por la zona del rio Alster, los canales y el Ayuntamiento para tomar una pequeña muestra de una ciudad que evidentemente necesitaría de más días para conocerla mejor.
Acabó el día con una cena en el restaurante italiano del hotel, donde pude volver a degustar un buen plato de pasta y un maravilloso tiramisú. Estaba cerca de casa y tenía que ir recobrando las viejas costumbres.
Penúltima etapa que me llevaría hasta Baden Baden, donde ya había estado el año anterior. Tenía ganas de volver a regalarme un baño en las famosas Térmas de Caracalla, para volver totalmente relajado a casa.
Pero faltaba el tercer incidente del viaje, que ocurrió en la autopista alemana, antes de llegar a Baden. Por las fechas en las que estábamos, supongo que como en todos sitios, aprovechaban para hacer obras y reasfaltar la carretera, con lo que muchos tramos eran de tierra o grava. La velocidad era de 20/30 kms hora, súper tranquilo, iba detrás de un camión y en un momento dado, sin darme cuenta, me metí en una zona de bastante grava. Perdí la tracción, la tierra no era firme, ni pude apoyar bien los piesen el suelo y el peso de la moto me venció y no la pude aguantar con lo que se me fue al suelo. Caída tonta, tonta. No me pasó absolutamente nada y las defensas de la moto evitaron cualquier desperfecto mayor. Pero ahí venía el problema, yo sólo no tenía narices de levantar los 400 kgs de la moto más el peso de las maletas cargadas. Por suerte el camión que venía detrás paró, el tipo bajó del camión y me echo un cable. Gracias compañero. Pude seguir ruta sin problemas hasta destino.