...no fue solo la guerra ,si no el terror y la humillacion que se instauro despues.
Pues ya puesto os pongo algo mas de lo que cuenta mi padre... de Valencia se fueron a la Roda y estando allí terminó la guerra. volvieron a Madrid, luego se tuvo que ir a León con unos familiares separado de su madre y hermana pequeña, luego en Huesca vivió con su abuela en un convento-asilo y luego regreso a Madrid con su madre... no pongo todo para no aburrir. (Su padre se alistó cuando el tenía 4 años y no le volvió a ver hasta los 14, que salió de la carcel).
Y estalló la paz. En La Roda nos enteramos por la radio franquista que, clandestinamente, escuchábamos todas las noches. Recuerdo que hicieron unas pasadas sobre el lugar un par de aviones de los rebeldes. En La Roda no se habían visto durante toda la guerra y sus habitantes corrieron a extender por patios y tejados sábanas blancas para evitar los posibles bombardeos.
La Roda fue tomada por italianos que nos daban chocolate a la chiquillería. Nos hacía mucha gracia el saludarlos militarmente por ver el tremendo taconazo y patadón al suelo con que contestaban a nuestro saludo. Especialmente a los centinelas que solían estar sobre un cajón de madera con lo que taconazo y patadón eran más sonoros.
Volvemos a Madrid.
Y vinieron los tiempos duros. Uno de mis recuerdos es el viaje que hicimos desde allí. En un vagón de transporte de ganado, lleno de pulgas y con un montón de gente apiñada. El viaje debió de durar tres o cuatro días. Recuerdo una parada en un apeadero que se llamaba algo así como Rosal, Rosales, Rosaleda...; algo parecido. Aquí estuvimos parados uno o dos días. Al final mi madre se decidió a encender una hoguera para hacer unas lentejas hervidas solo con agua y sal. Cuando apenas habían empezado a hervir, sonó el silbato del tren y allá fuimos y subimos al vagón con las lentejas duras como chinitas de río. De todas formas no las desaprovechamos y dimos buena cuenta de ellas.
Lo primero que hizo Franco para castigar a la población fue anular el valor del dinero republicano, consiguiendo así el llevar a la indigencia a más de la mitad de los españoles, que tuvieron que dedicarse desesperadamente a buscar algún dinero de nuevo cuño vendiendo sus propiedades (joyas, máquinas de coser, anillos de boda...) por lo que les quisieran dar, pedir limosna, coger colillas de las calles para revender el tabaco que se conseguía, robar, dedicarse al estraperlo de víveres de 1ª necesidad, etc...
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De nuevo en Madrid.
No sé el tiempo que estuve en Huesca. De allí volví a Madrid donde estuve viviendo algún tiempo en la calle Blasco de Garay con mi tía Gregoria, hermana de mi madre, y mi tío Pepe, el de las carreras al refugio en Valencia. Por cierto, al acabar la guerra fue readmitido en el ejército pero degradado a alférez. Se ve que los militares tenían unos privilegios que no tenían los voluntarios. Estos tuvieron que pagar su patriotismo con la cárcel.
De allí, por fin, me pude reunir con mi madre, que había encontrado un trabajo por cuatro pesetas diarias en una fábrica de aceitunas rellenas que había por La Moncloa, Aceitunas Moné, y estuvimos viviendo en casa de mis abuelos paternos, calle del Oso nº 13. Era un piso antiguo casi tipo corrala donde a pesar de su pequeñez vivíamos mi madre, mi hermana, yo, mi tío Rafael, mis primos Carmen y Rafael y mis abuelos Agustín y Matilde. El piso tenía un comedor con balcón a la calle, una habitación en el comedor y sin ventanas donde dormían mis abuelos con mi prima en la misma cama, otra pequeña habitación en el pasillo también sin ventilación donde dormíamos mi madre mi hermana y yo y un vestíbulo espacioso a la entrada del piso y también sin ventilación, con una cama donde dormía mi tío Rafael con mi primo.
El piso tenía además una pequeña cocina con fogón de carbón de encina y soplillo donde había un retrete con taza de hierro esmaltado y con un diámetro de unos veinte centímetros. Este retrete era un cuartito de 1 metro cuadrado y separado de la cocina por una cortina, ya que todas las puertas de la casa, a excepción de la puerta de entrada, habían sido utilizadas como combustible para la cocina. La ventilación de la cocina era una pequeña ventana que daba a la escalera.
Por aquella época mi madre tuvo que escuchar muchos “cantos de sirena” intentando convencerla de que hiciese a sus hijos “flechas” con lo que tendríamos unas fantásticas botas, así como ropa de abrigo y podríamos ir a distintos campamentos donde comeríamos opíparamente.
(Nota.- En vez de boy scouts habían flechas y pelayos. Flechas eran los niños afiliados a Falange y pelayos los afiliados al partido requeté). Mi madre dijo que prefería ver a sus hijos descalzos antes que verlos vestidos de falangistas ni con ninguna otra boina roja.
Viviendo en este piso fui al colegio por segunda vez (la primera fue en León durante el pequeño periodo en que estuve allí). Estando en este colegio llegaron unos falangistas borrachos para ver quienes eran hijos de rojos pues los querían bautizar. Nos llevaron a una iglesia que había en la calle Mesón de Paredes frente a Cabestreros. Digo había porque hace unos días me pasé por allí y vi que donde estaba la iglesia ahora hay una plaza. Allí me bautizaron por segunda vez, aunque pienso que el cura debió de tomarlo como una pantomima al ver el estado en que estaban los falangistas. Después de la ceremonia nos llevaron a una chocolatería que había enfrente y nos dieron una taza de “chocolate” (así se llamaba en esos tiempos a las infusiones de cascarilla de cacao) y unos churros. Yo me quedé durante mucho tiempo esperando a que volvieran para obligarnos a hacer, también por segunda vez, la primera comunión con su correspondiente desayuno con churros. Me quedé con las ganas. Lo que sí me dieron otra vez fue una ración de aceite de ricino en su cuartel de la calle de Embajadores frente a la entonces destruida iglesia de San Millán. Nos daban el aceite, nos tenían allí hasta que veían que nos cagábamos y entonces nos liberaban y llegábamos a casa corriendo y con mierda hasta la cintura. Esto lo sufrían frecuentemente las “rojas” y sus hijos. Por suerte solo me lo hicieron una vez.
En la calle del Mesón de Paredes había un colegio, no sé si quemado o bombardeado, llamado las Escuelas Pías de San Fernando. En parte del solar de este colegio se empezó a edificar el Mercado de San Fernando derruyendo para ello parte del colegio. Durante estos trabajos empezaron a aparecer antiguos restos humanos, posiblemente de enterramientos de frailes del convento que allí existió. Los obreros, cada vez que encontraban una calavera nos decían a los chavales “Tomad una pelota”. La calle del Mesón de Paredes era de cantos rodados por lo que nada más empezar a jugar se hacía cachos y allí quedábamos los chavales esperando la próxima pelota. Ahora parece mentira esa forma de pensar, pero después de una guerra la mentalidad era muy distinta a la actual.