moriwoki
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Hola a todos.
Este foro es tan inmenso, alberga tantos rincones que ando completamente despistado.
Os pido disculpas, si debe ir en otro apartado
UNA MARAVILLOSA SORPRESA
Dejándome llevar a medias por el afán de conocer cada vez mejor los planetas de la moto y también a medias por un atractivo que nada tiene que ver con ella, me vi inmerso en una larga estela que sembraba la ruta con los destellos de carrocerías cromadas y el resplandor de motores pulidos hasta la obsesión, una estela discontinua por la esporádica aparición de algunos puntos negros y apagados, como ese cuerpo celeste y misterioso que absorbe todo cuanto se acerca a él, incluso la luz -“El Lado oscuro”, así lo llaman ellos, los harlystas-. Una estela resplandeciente escoltada permanentemente por el trepidar de un bramido legendario que se iba esparciendo por los campos y los páramos de Castilla y de La Mancha, de Cataluña y de Aragón, del Levante y de Andalucía, y también de otras tierras estampadas sobre La Piel de Toro. Una ruta a un ritmo desacostumbrado, una marcha paisajística, un viajar pausado hasta invitar a la meditación.
Es cierto que el Mundo Harley y la gente que lo aglutina en su HOG, en sus Chapters, en sus grandes foros o en los sus grupos locales siempre me había sugerido un relajado compañerismo en torno a un común espíritu de libertad, desde luego que sí; pero también es cierto que ese mensaje me había llegado envuelto por un halo de cierta superficialidad, que antojaba incluso en algunos momentos el lado más frívolo y banal del ser humano. Cuando llegó la hora del encuentro multitudinario con todos los que venían de otros rincones, quedé impactado al verme rodeado por una negra multitud matizada con pinceladas de naranja, y de repente me di cuenta de que estaba asistiendo a una masiva cita de camaradería, fraternidad, amistad y todos esos valores que diferencian al ser humano del resto de cuantos pueblan el planeta –ahora me refiero al otro Planeta-. Allí volvían a estrecharse la mano y a abrazarse algunas viejas amistades, allí se daba el reencuentro con rostros conocidos y allí también se veía ese repetido fenómeno, cada vez más frecuente hoy en día, de poner una figura y un nombre de pila, de personalizar en una imagen un estrambótico apodo al sacarlo de su ámbito virtual.
Sí, un multitudinario encuentro que, en masa, espantaba de mi mente el posible fantasma de la superficialidad. Sin embargo, a la hora de arrancar de nuevo, y casi al unísono, aquellos doscientos motores y emprender la marcha todos juntos, fue inevitable que la sospecha de una sombra frívola volviera a cernirse sobre el gran grupo de harlystas. Una marcha en peregrinación, a paso de desfile, atravesando toda la capital maña hasta el lugar señalado para la comida. Es inevitable que un acto de ese tipo se le presente a más de uno, desde fuera del Planeta Harley, como un escenario inmejorable para proyectar sobre él un supuesto exhibicionismo, que desde luego he escuchado atribuir a los harlystas, al margen de montar un espectáculo divertido para compartir con la gente que lo contempla y también lo saluda a su paso.
La cuestión es que nuevamente me vi integrado en esa marcha lenta de brillos contrastando sobre algunos mates, de curvas que moldean el hierro y rectas que afilan el aluminio, de un sonido ancestral como el de la tormenta interpretado a coro por toda la comitiva.
Cuando llegamos al restaurante y, sobre todo, cuando nos explicaron la insólita forma de pedir el menú, comprendí cuál debe de ser, cuál tiene que ser por fuerza una de las esencias que da sentido al espíritu Harley.
Es sabido y tradicional el ánimo solidario que habitualmente mueve al motorista en general. Lo es con sus compañeros desde los tiempos en que se acuñó con la fragilidad de las motos de entonces, que en muchas ocasiones te dejaba traidoramente abandonado a merced de la desolación en el margen más inhóspito de la carretera. Pero creo que en este caso hablamos más bien de un vínculo de puro compañerismo.
También es tradicional el apoyo del colectivo motorista a casi cualquier proyecto benéfico o cualquier obra social con el que se les proponga colaborar. Pero pienso que en este caso hablamos incluso de un acto de caridad cuando no directamente de redimir la conciencia.
La idea de comer el sábado en un centro como ése constituye en sí mismo y para un servidor el paradigma de la solidaridad.
Un centro dedicado a forjar y robustecer la dignidad de aquellos que son un poco diferentes del resto, de aquellos que se apartan de la media cualificada y que por ello quedan al margen de la secuencia social en la que vivimos la mayoría, de aquellos que han sido sin duda víctimas de un exilio interesado, cuando no de un cruel vacío, de aquellos que, precisamente, guardan intactos en su interior los valores que constituyen el pilar sobre el que se basa la grandeza del ser humano.
Me ha encantado, me ha emocionado, ser el cliente de una empresa tan singular, me ha limpiado de posibles prejuicios ser atendido por un servicio de hostelería tan entrañable, tan afectuoso y por encima de todo tan digno. Creo que no encontraré jamás unos trabajadores con mayor empeño, esmero e ilusión en realizar su tarea que todos aquellos que se encargaron de que la comida del sábado contara con un ingrediente tan especial como inesperado:
Una maravillosa sorpresa.
“Vamos a hacer algo grande”, decía el pie de vuestros correos en las sugerencias e invitaciones para este evento.
Pues a fe que lo habéis hecho, y muy grande.
Mi más emotiva enhorabuena.
Con mi agradecimiento a Fuego Azul.
Tomás Pérez.
Este foro es tan inmenso, alberga tantos rincones que ando completamente despistado.
Os pido disculpas, si debe ir en otro apartado
UNA MARAVILLOSA SORPRESA
Dejándome llevar a medias por el afán de conocer cada vez mejor los planetas de la moto y también a medias por un atractivo que nada tiene que ver con ella, me vi inmerso en una larga estela que sembraba la ruta con los destellos de carrocerías cromadas y el resplandor de motores pulidos hasta la obsesión, una estela discontinua por la esporádica aparición de algunos puntos negros y apagados, como ese cuerpo celeste y misterioso que absorbe todo cuanto se acerca a él, incluso la luz -“El Lado oscuro”, así lo llaman ellos, los harlystas-. Una estela resplandeciente escoltada permanentemente por el trepidar de un bramido legendario que se iba esparciendo por los campos y los páramos de Castilla y de La Mancha, de Cataluña y de Aragón, del Levante y de Andalucía, y también de otras tierras estampadas sobre La Piel de Toro. Una ruta a un ritmo desacostumbrado, una marcha paisajística, un viajar pausado hasta invitar a la meditación.
Es cierto que el Mundo Harley y la gente que lo aglutina en su HOG, en sus Chapters, en sus grandes foros o en los sus grupos locales siempre me había sugerido un relajado compañerismo en torno a un común espíritu de libertad, desde luego que sí; pero también es cierto que ese mensaje me había llegado envuelto por un halo de cierta superficialidad, que antojaba incluso en algunos momentos el lado más frívolo y banal del ser humano. Cuando llegó la hora del encuentro multitudinario con todos los que venían de otros rincones, quedé impactado al verme rodeado por una negra multitud matizada con pinceladas de naranja, y de repente me di cuenta de que estaba asistiendo a una masiva cita de camaradería, fraternidad, amistad y todos esos valores que diferencian al ser humano del resto de cuantos pueblan el planeta –ahora me refiero al otro Planeta-. Allí volvían a estrecharse la mano y a abrazarse algunas viejas amistades, allí se daba el reencuentro con rostros conocidos y allí también se veía ese repetido fenómeno, cada vez más frecuente hoy en día, de poner una figura y un nombre de pila, de personalizar en una imagen un estrambótico apodo al sacarlo de su ámbito virtual.
Sí, un multitudinario encuentro que, en masa, espantaba de mi mente el posible fantasma de la superficialidad. Sin embargo, a la hora de arrancar de nuevo, y casi al unísono, aquellos doscientos motores y emprender la marcha todos juntos, fue inevitable que la sospecha de una sombra frívola volviera a cernirse sobre el gran grupo de harlystas. Una marcha en peregrinación, a paso de desfile, atravesando toda la capital maña hasta el lugar señalado para la comida. Es inevitable que un acto de ese tipo se le presente a más de uno, desde fuera del Planeta Harley, como un escenario inmejorable para proyectar sobre él un supuesto exhibicionismo, que desde luego he escuchado atribuir a los harlystas, al margen de montar un espectáculo divertido para compartir con la gente que lo contempla y también lo saluda a su paso.
La cuestión es que nuevamente me vi integrado en esa marcha lenta de brillos contrastando sobre algunos mates, de curvas que moldean el hierro y rectas que afilan el aluminio, de un sonido ancestral como el de la tormenta interpretado a coro por toda la comitiva.
Cuando llegamos al restaurante y, sobre todo, cuando nos explicaron la insólita forma de pedir el menú, comprendí cuál debe de ser, cuál tiene que ser por fuerza una de las esencias que da sentido al espíritu Harley.
Es sabido y tradicional el ánimo solidario que habitualmente mueve al motorista en general. Lo es con sus compañeros desde los tiempos en que se acuñó con la fragilidad de las motos de entonces, que en muchas ocasiones te dejaba traidoramente abandonado a merced de la desolación en el margen más inhóspito de la carretera. Pero creo que en este caso hablamos más bien de un vínculo de puro compañerismo.
También es tradicional el apoyo del colectivo motorista a casi cualquier proyecto benéfico o cualquier obra social con el que se les proponga colaborar. Pero pienso que en este caso hablamos incluso de un acto de caridad cuando no directamente de redimir la conciencia.
La idea de comer el sábado en un centro como ése constituye en sí mismo y para un servidor el paradigma de la solidaridad.
Un centro dedicado a forjar y robustecer la dignidad de aquellos que son un poco diferentes del resto, de aquellos que se apartan de la media cualificada y que por ello quedan al margen de la secuencia social en la que vivimos la mayoría, de aquellos que han sido sin duda víctimas de un exilio interesado, cuando no de un cruel vacío, de aquellos que, precisamente, guardan intactos en su interior los valores que constituyen el pilar sobre el que se basa la grandeza del ser humano.
Me ha encantado, me ha emocionado, ser el cliente de una empresa tan singular, me ha limpiado de posibles prejuicios ser atendido por un servicio de hostelería tan entrañable, tan afectuoso y por encima de todo tan digno. Creo que no encontraré jamás unos trabajadores con mayor empeño, esmero e ilusión en realizar su tarea que todos aquellos que se encargaron de que la comida del sábado contara con un ingrediente tan especial como inesperado:
Una maravillosa sorpresa.
“Vamos a hacer algo grande”, decía el pie de vuestros correos en las sugerencias e invitaciones para este evento.
Pues a fe que lo habéis hecho, y muy grande.
Mi más emotiva enhorabuena.
Con mi agradecimiento a Fuego Azul.
Tomás Pérez.
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