Vaya la postdata por delante: A estas alturas me habréis apodado ya como El Tío de Los Ladrillos, pero pemitidme por favor que me marque estos excesos porque, desgraciadamente, en este país se lee muy poco, y en la red... ya no digamos.
Si me permitís, queridos compañeros, trataré de dar una visión un tanto global, alejándome del asunto para tratar de contemplarlo en su totalidad. Ya sabéis: Hay veces que los árboles no dejan...
Creo que hay dos puntos de vista generales que están muy diferenciados, enfrentados y a su vez bastante relacionados con dos generaciones: Uno, el de los más jóvenes, y otro, el de los jóvenes como yo o incluso más que yo.
El de los más jóvenes, hablando del tema que relaciona el alcohol y la conducción, es, a mi modesto entender, el más lógico, el más coherente, el más consecuente, el más justo y el de un contundente y único sentido común. Relacionar el alcohol o las drogas con la conducción es peligroso hasta el punto de que puede ocasionar la propia muerte o la de otros usuarios de la vía pública, eso es de Perogrullo para el que tenga dos dedos de frente. Es irrebatible.
Por tanto, los más jóvenes comprenden y apoyan con rotundidad que se introduzca una ley en el código penal destinada a castigar conducir en esas condiciones.
Una persona joven lo entiende así sin más, sin restricciones, sin condiciones, sin valores mínimos ni máximos. Una persona joven no ha vivido en otra sociedad que la que tenemos actualmente, y si conoce algo de ellas, de otras pasadas, es sólo a través de unas referencias que las relacionan directamente con el Paleolítico superior.
Normal, ¿no os parece?
Por otro lado tenemos la visión de los jóvenes como yo e incluso más que yo.
Para los que tenemos más de 50, diez años no es nada en la perspectiva de la vida, 10 años es poco más que un abrir y cerrar de ojos (los más jóvenes lo veréis más adelante). Hasta hace diez años soplar por debajo de 0,8 no tenía ningún tipo de sanción, te dejaban seguir conduciendo; pero además de eso, era rarísimo que te hicieran un control de alcoholemia. Pero eso no es más que un dato de referencia.
Los que tenemos ahora más de 50 nos hemos criado dentro de una cultura del alcohol en la que, por ejemplo, beber una marca de coñac "Era cosa de hombres", o beber otra era "Estás como nunca". Sí, lo escuchábamos cada domingo a lo largo de las retrasmisiones radiofónicas que llevaban nuestros padres colgando en el transitor, o en la propia TV. El alcohol era un protagonista imprescindible en toda celebración, por no hablar de su papel en la mili, algo medieval, afortunadamente, para los más jóvenes. Nos hemos criado viendo películas en las que el médico que iba a extraer la bala del herido en un western le aplicaba una botella de güisqui para mitigar sus dolores. Fijaros hasta qué punto está introducido el alcohol en nuestra cultura que incluso la palabra whisky tomó su forma española en el diccionario: güisqui.
Por no hablar del tabaco, que ha seguido una línea paralela al alcohol. En las películas veímos al herido yaciendo sobre la cama del hospital, fumando un cigarrillo extraordinario mientras el médico le describía su diagnóstico fumando a su vez con deleite. Fumar se erigió también como un arte de seducción. Pero fumar y beber tenían un cariz social más importante incluso. Había mozos que no fumaban o no bebían delante de su padre hasta haber acabado la mili por un mero respeto ancestral. Yo mismo me convertí en adulto el día que mi padre me ofreció un cigarrillo (no fumo, por suerte, desde hace 16 años).
Pero volviendo a la conducción, por supuesto que conducíamos entonces con unas copas encima, con bastantes copas encima y a veces borrachos. Unos se atrevían a hacerlo con menos y otros con más alcohol en el cuerpo, pero todos lo hemos hecho, todos los españoles hemos conducido habiendo bebido más de una vez.
Los motoristas, en particular, teníamos entonces nuestra propia prueba de alcoholemia: Bajar la moto del caballete... Alguna vez se me cayó al suelo y ya no fui capaz de levantarla, tuvieron que ayudarme para dejarla aparcada y tomar un taxi.
El que quiera juzgarme por ello, es muy libre de hacerlo, lo único que tenga presente que los delitos prescriben. Éste también, y hace ya más de 25 años de aquello. Tampoco busco la redención a estas alturas, sólo se trata de mostrar a los más jóvenes una realidad pasada pero no tan lejana como la impresión que puedan tener ahora de ella.
Los más jóvenes tenéis toda la razón para pensar así, es más, opino que debéis de pensar así. Es tan sencillo como tajante: No se debe de conducir influido por el alcohol.
A los jóvenes como yo y más aun que yo, en cambio, nos ha tocado bailar con un señor que ha tomado una forma de entender la sociedad, de entender la conducción por una vía pública, que resulta anacrónica, desde luego, pero también tan viva y presente como La Gran Vía de Madrid..., o la de Barcelona, y le ha quitado todo sentido y vigencia de un plumazo, sin anestesia, para llevala directamente al terreno del delito. Así, de la noche a la mañana, una muchedumbre en este país ha pasado a contar con antecedentes penales en su particular archivo policial por algo que ha llevado haciendo durante décadas, desde que lo mamó en una sociedad que ha presidido este país hasta el segundo lustro de este siglo.
Creo que entiendo muy bien a los más jóvenes que tachan de delincuente al que pisa una chapa de cerveza antes de ponerse a un volante o subirse a su moto. Les comprendo y, apartando de mí ese primer impulso de tomarles por simples moralistas, también les apoyo.
Lo difícil es que ellos nos comprendan a los jóvenes como yo e incluso más que yo. Eso es más complicado, porque la perspectiva en el tiempo la tenemos nosotros, y sin ella es muy difícil entender, es casi imposible comprender cuando no se ha vivido.
Así que, en mi modesta opinión, nos toca a los jóvenes como yo y más incluso que yo Entender y Comprender...
Sí, también incluso al tipo que desde su poltrona en el Gobierno promociona los cascos creados por Los monjes budistas del Garraf, sí, esos cascos que incorporan un sensor tántrico que apacigua la innata agresividad del motorista. A ese sujeto hace tiempo que le entendemos muy bien:
Le tenemos visto el plumero.