moriwoki
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Imagina que le pides a Dios que cumpla tu deseo, tu necesidad. Que tu nervio y ansia por sentir el viento en la cara y el contacto de tu ser con el asfalto a través de dos ruedas es tan grande que no ves el momento de satisfacer tus anhelos.
Imagina que suplicas al Todopoderoso que te conceda una gracia, que en pago por él no piensas quejarte por el frío reinante: lo sufrirás y aguantarás sin quejarte porque asumes que debe ser así, es el impuesto que debes pagar y no te importa porque la sensación de conducir una moto la vives intensamente dentro de ti como el mayor de los placeres.
Pues imagina que alguien te escucha, pero no quien tú esperabas, sino que es una siniestra figura de alma oscura la que te atiende:
-Dios está ocupado, ¿puedo ayudarte yo?
Esta es mi experiencia, yo le pedí a Dios, pero por mis pecados fue Lucifer el que vino a mi y el que puso a mi disposición dos de sus martillos; a cambio, el sacrificio por el frío no le interesa, sabe que me ofrece algo que es capaz de hacerme sentir por encima de los inconvenientes mundanos, él quiere mi alma.
Me muestra una de las últimas creaciones de su casa de Milwaukee: la Fat Bob. Para mi, este hierro es uno de los vértices que componen el triangulo de motos con el alma más negra que muestra ahora mismo el catalogo de Harley Davidson, es la tercera esquina que mira a un lado a la Fat Boy y al otro a la Cross Bones. No digo que los demás modelos no tengan ese marchamo del infierno, pero éstos forman un triunvirato de maldad por encima del latente en cualquier Harley, o al menos así me hace sentir a mí.
Su nombre es un engendro como el del mismo monstruo de Frankenstein, es el resultado de la simbiosis Fat Boy + Street Bob, de hecho la parte delantera de esta Dyna recuerda a la Fat Boy (cuenta la leyenda que el nombre de esa Softail fue creado por una vengativa simbiosis concebida al tomar las nomenclaturas de las dos bombas atómicas lanzadas sobre Japón, la Motor Company siempre lo negó).
El Señor Oscuro me susurra al oído y me muestra su creación, me incita a caer en la tentación. Lo primero que atrae mi atención son sus dos faros gemelos, paralelos y llenos de cromo. Predomina el negro mate y el tacto es cautivador, la calidad de sus metales y contados cromados son los que corresponden y se le deben exigir, su línea larga y baja y la escasez de detalles son en sí mismo el detalle. Sin darme cuenta le voy viendo más cosas de las que aparenta, los amortiguadores traseros a modo de dos cilindros cromados telescópicos, la mezcla del negro y brillo del motor, la calidad del asiento, la corbata de cuero del deposito para evitar el contacto con hebillas y botones y algo que personalmente me cautivó por su originalidad: el deposito aparenta tener dos tapones, cuando en realidad sólo el derecho lo es; si te asomas al izquierdo descubres un indicador del nivel de combustible, una aguja que sólo ofrece la información real con la moto vertical, marcando un falso Empty cuando permanece apoyada sobre la pata.
En seguida me emborracho de negro mate, gana la partida en muchos terrenos propios del cromado, como por ejemplo los espejos.
Me sitúo sobre ella. El asiento es cómodo, muy agradable, y tiene una pequeña extensión más estética que practica, sólo alguien que ocupe poco espacio puede ir de paquete, de forma breve y tan sólo en ciudad. Nadie puede sentarse en ese ridículo espacio de una manera normal y habitual. Pienso que hubiera sido más aconsejable hacer un doble asiento en condiciones u optar directamente por un monoplaza radical.
Miro el manillar, me agarro a los puños de goma, mis manos se quedan a una altura media, por debajo de los hombros, se prescinde del cuernos de vaca y se recurre a dos altas torretas negras bastante próximas entre sí y a un manillar recto, pero haciendo ángulo cuyo vértice se sitúa entre las dos torres.
Esta Harley tiene los mandos lejos, muy lejos y yo no soy de Milwaukee, soy de la montaña de León y salvo Emiliano, el jugador de Baloncesto de los 60, por allí no rondamos los dos metros: yo me quedo en unos modestos y orgullosos 170 centímetros, algo que a simple vista puede ser un problema con esta moto; y claro, si no llego, ni lado oscuro, ni señor maligno, ni surcar carreteras de bellos paisajes, ni demás películas. Pues para mi sorpresa al poner los pies en sus lugares la sensación es buena, no da la impresión de que me quede corto. Veremos.
El susurro atrayente de lo prohibido y diferente me invita a girar el enorme contacto sobre el deposito, tan sólo resta apretar el botón de arranque del puño, la mano de Lucifer ya puso el poder en el bolsillo de mi chaqueta, tan sólo la proximidad de un dispositivo a modo de llavero hace que la moto se preste a que la hagas tuya. Nada más apretar el botón, escuchas el poder del primer martillazo que sueltan los tremendos pistones. Después, la desilusión… Ahora entiendo el susurro del diablo, ese bicilíndrico de 1584 cc una vez más ha sido amordazado por la ley y su sonido queda muy lejos del que debería ser.
Engrano la primera y me pongo en marcha. Según avanzo y voy accionando el pedal de la caja, me doy cuenta de que mi estatura no supone ningún problema, las marchas entran sin que para ello tenga que hacer movimientos forzados, quizás con el freno trasero tengo la vaga sensación de que no lo aprieto con suficiente control, pero después de los primeros toques con el delantero eso deja de preocuparme, su doble disco y la robustez de la horquilla aseguran una detención excelente.
Me voy acostumbrando a lo que llevo y aunque con una banda sonora original que no me acaba de convencer, me muevo por las calles como si fuera su puñetero amo, cuando los coches se convierten en piezas de Tetris dispuestas desigualmente, me muevo entre ellos gracias a la estrechez del manillar y paso como uno de esos personajes fantasmales de la película Los Otros, ellos con su presencia inmóvil y yo como un espíritu que trasciende a su lado, alguno tiene el don de saber lo que ve, me mira por un instante preguntándose qué moto es ésa. Unas sirenas municipales anuncian el paso de una importante comitiva, llevan prisa, el alcalde y su seguridad se apresuran para llegar a la reinaguración de un túnel. Me detengo perfectamente al lado de una pieza del Tetris, justo encima de las rayas que dividen la calle. La comitiva pasa veloz a mi lado invadiendo claramente el sentido contrario, el agente que detuvo el tráfico mira, pero mira a la Fat Bob, atrapa completamente su atención, su brazo levantado, congelando a la urbe, se relaja finalmente y permite el paso. Vámonos de aquí – pienso – Hay que salir de esto.
Abandono la ciudad, los edificios van desapareciendo y el campo helado se ve cortado por preciosas curvas, las trazo con suavidad. Me encanta la sensación de las custom, cerquita del suelo. La Fat culebrea como la exige el guión del ingeniero de obras publicas de turno, pero con suavidad, tal y como yo la guío. Paso por un puente en curva: sus juntas de dilatación serán una estupenda prueba del algodón: un leve plof plof, sus enormes ruedas con dibujo casi de trail ni se inmutan. La suspensión delantera me gusta mucho, es muy robusta y no hay apenas cabeceos. La escena idílica se estropea con la aparición de un coche tras un camión a marcha de desfile. Me entran las prisas y quiero que de nuevo la carretera sea para mi sólo, tiro de motor, el par es enorme y cada marcha estira una barbaridad pero me apetece otra cosa. Bajo de hierro, revoluciono el 96 pulgadas y adelanto a los vehículos en un suspiro: el bicilíndrico tira y mucho. Aprovecho el empujón y me pongo el cuchillo entre los dientes, el señor oscuro me susurra al oído, me tienta para que suelte la ira… Con esta moto se puede ir muy rápido, entro en alguna curva apurando la frenada, se me viene a la cabeza aquella máxima “Para poder correr hay que poder frenar” y esta bicha frena, su doble disco delantero es simplemente muy eficaz, apenas toco el trasero, un poquito, para ayudar con la longitud.
CONTINÚA...