moriwoki
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Hola a todos.
Quiero compartir con todos vosotros el trabajo que he hecho este fin de semana pasado en Barcelona en forma de crónica-reportaje de esta gran fiesta que ha movilizado a una mitad de vosotros y ha tenido pendiente a la otra durante cuatro días. He intentado colocar el texto completo en un post, pero no cabe y, la verdad, para este caso no me deja nada satisfecho porque pienso que pierde compacidad y continuidad colocándolo en dos partes. No obstante y a pesar de ello, lo voy a hacer así en lugar de colocar directamente el enlace de Portalmotos donde está publicado, que lo haré de todas formas por si alguno quiere ver las fotos que ilustran el texto.
Espero que os resulte amena su lectura.
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BARCELONA HARLEY DAYS I PARTE
Tengo la mirada concentrada sobre el cuaderno, la pluma en la mano y la mente puesta en lo que pretendo escribir; sin embargo, un rumor rotundo y constante, que trepa por la fachada de la Plaza de España, penetra por la ventana hasta la habitación del hotel para atraparme, embaucarme y, al cerrar los ojos, trasportarme al pasado. Es un rumor marcado por el trueno de dos escapes que me sumerge en otra de aquellas largas noches de julio en las que Barcelona se trasformaba, mutaba en una auténtica orgía del más puro motociclismo. Me siento por un momento en el verano de los Eagles, sonando en mi cabeza “Hotel California” y creyendo volver a escuchar aquel rumor concertado por un irrepetible concierto de sonidos: Guzzi, BMW, Laverda y sobre todo Ducati, el glorioso y colosal bicilíndrico de Montjuich.
Pero no, no es aquello.
Al acercarme a la ventana sin un alféizar en el que apoyarme para contemplar el espectáculo, vuelvo al instante del pasado. No se trata del legendario rumor de las 24 Horas tomando la montaña de Montjuich y extendiendo su manto sobre toda la ciudad, no; se trata de un rumor más bronco y también más próximo. Otra marca con más leyenda y con más historia que ninguna ha tomado literalmente la ciudad.
Cromados resplandecientes dibujan su estela sobre la plaza como en una de esas postales nocturnas que muestran galácticas las ciudades cotidianas. Colores austeros y algunos también estridentes, pero siempre tras ellos, como una tenebrosa maldad, el negro mate, el legendario lado oscuro, atrayente como el abismo, que se intuye en la noche, que se siente, a pesar de vivir mimetizado con la oscuridad. Veo pasar bajo la luz metropolitana chalecos con flecos y remaches, tela vaquera parcheada con calaveras y uves mecánicas, y también veo pañuelos anudados bajo cascos que dejan al descubierto rostros orgullosos, caras satisfechas y rictus de ostentosidad; también algunas sonrisas intercambiadas en marcha como muestra entrañable de reencontradas amistades.
Mi mirada distraída se posa en el frente, en el otro lado de la plaza, y me encuentro entre las dos torres del Paseo de María Cristina con la realidad que me ha traído este fin de semana a Barcelona: La pancarta, naranja de fondo negro, que cuelga entre los dos pilares de El Ferial termina por cachetearme los mofletes colocándome en el presente:
Barcelona Harley Days.
La marca de Milwookee ha hecho su día “D”, su desembarco en Europa por el Mediterráneo en esta ciudad olímpica desde el 92. Los dos apellidos unidos por la motocicleta, de tanto lustre y abolengo como otros unidos por el automóvil, celebran sus días –cuatro- por segundo año consecutivo en la ciudad condal con la clara intención, a juzgar por el impresionante y generoso despliegue, de institucionalizarlo en el tiempo.
Las cifras proporcionadas por la sección de prensa de la marca americana hablan por sí solas.
18.000 Harleys procedentes de todo el mundo.
Un millón de visitantes durante los cuatro días.
Desfile de banderas con 10.000 motoristas.
Abandono por la mañana el hotel y recorro el contorno de la Plaza de España cruzándome con una multitud curiosa, curiosa como yo, que se hace más densa a medida que me acerco a las dos torres. La inmensidad de la acera se ha visto invadida por las motos, cuajada hasta el punto de no distinguirse ni una de las mil baldosas que la alfombran.
Llego a las dos torres, cruzo el umbral y dos pasos más allá me hallo inmerso en el mundo hache de. Cuatrocientas Harleys de otros tantos orgullosos propietarios que las han aparcado militarmente en ese espacio abierto por la organización para deleite de curiosos, visitantes, harlystas y amantes de la moto en general.
Antes de continuar con este escrito, una aclaración sobre el orgullo, una palabra que ya ha aparecido y que aparecerá inevitablemente a lo largo de este reportaje: No quiero decir que las motoristas que posean una Harley sean por fuerza orgullosos, en absoluto; pueden ser más humildes que el mismísimo Oliver Twist; sin embargo, no me cabe la menor duda, porque así lo he observado siempre, de que todos y cada uno de ellos se sienten orgullosos de ser el dueño de una obra de arte sobre dos ruedas.
Después de recorrer esas decenas de metros, algo más de un centenar, donde el paseo central se ve ya flanqueado a ambos lados por sendas ristras de tiendas diversas, alusivas a la marca y al mundo custom en general, acaba el parking de los espontáneos harlystas y me topo con una enorme carpa de ropa a la moda marcada por los diseñadores de Milwaukee, siguiendo un poco más arriba un gran chirinquito de feria con Hot dogs, Hamburguesas, sándwichs y desde luego mucho Ketchup. La última carpa del paseo es la de la oficina que ha dispuesto la marca para recibir y atender a todo aquel que quiera participar en las Demo Rides y probar casi todos los modelos de la gama, dispuestos a continuación en batería; o al que desee inscribirse en una de las variadas rutas que ha preparado la organización repartidas por toda la provincia y estructuradas con una formación cuasi castrense.
A medio Paseo de María Cristina, en el flanco izquierdo y antes de alcanzar la carpa de las demostraciones, se abre un amplio espacio rectangular. El Harley Village.
Antes de dar los primeros pasos por la suave rampa que me deja en este extenso apartado, llegan a mis oídos rítmicas notas cargadas de una electricidad que contagia mis músculos, que recorre todas sus fibras. Rock de siempre, rickman Blues, Countri rock … La música más cadenciosa y animada de los U.S.A. brota del escenario y me acompaña mientras recorro exposiciones que muestran orgullosas las novedades de Harley y sus modelos más emblemáticos. En un acotado solitario, en medio del Village, veo el Tri Glide Ultra Classic, un aparato que me hace sencillo imaginarlo, con las modelos que lo acompañan, en una playa de Daytona; y en otro, más próximo al fondo, la controvertida Harley Custo, con sus llamativos colores, tan vivos y estridentes que parecen saltar las cuerdas que rodean la moto sobre la tarima. Más adelante, en el rincón de otra carpa, encuentro el Fit Shop, un simulador de customización (palabra aún no aceptada en el diccionario de la RAE) en el que los más soñadores dejan volar su imaginación y los más terrenales sueñan con las sugerencias que les propone el diseñador encargado de tan incitante juguete.
Continúo paseando para mirar con cierta intriga la carpa de Ladies of Harley, donde puedo ver motos retocadas a base de una serie de accesorios que tratan de dar el mayor atractivo posible desde el punto de vista femenino, pretendiendo hacer acopio de nuevas harlystas.
Merchadesing, zona infantil del H.O.G. (el club oficial de la marca) y, finalmente, acabando la vuelta al rectángulo y próximo otra vez al escenario, descubro una carpa irrepetible para mí. Un ramillete de bellezas del pasado se muestran tal como eran hace decenas de años, varias de ellas antes de la Segunda Guerra Mundial. Su estado es tan presente e impoluto que no parecen haber sido restauradas, no, es mucho más: es como si las hubieran mantenido embalsamadas o, de forma más moderna, preservadas al vacío desde el momento en el que fueron fabricadas y durante la mayor parte del siglo XX.
CONTINÚA...
Quiero compartir con todos vosotros el trabajo que he hecho este fin de semana pasado en Barcelona en forma de crónica-reportaje de esta gran fiesta que ha movilizado a una mitad de vosotros y ha tenido pendiente a la otra durante cuatro días. He intentado colocar el texto completo en un post, pero no cabe y, la verdad, para este caso no me deja nada satisfecho porque pienso que pierde compacidad y continuidad colocándolo en dos partes. No obstante y a pesar de ello, lo voy a hacer así en lugar de colocar directamente el enlace de Portalmotos donde está publicado, que lo haré de todas formas por si alguno quiere ver las fotos que ilustran el texto.
Espero que os resulte amena su lectura.
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BARCELONA HARLEY DAYS I PARTE
Tengo la mirada concentrada sobre el cuaderno, la pluma en la mano y la mente puesta en lo que pretendo escribir; sin embargo, un rumor rotundo y constante, que trepa por la fachada de la Plaza de España, penetra por la ventana hasta la habitación del hotel para atraparme, embaucarme y, al cerrar los ojos, trasportarme al pasado. Es un rumor marcado por el trueno de dos escapes que me sumerge en otra de aquellas largas noches de julio en las que Barcelona se trasformaba, mutaba en una auténtica orgía del más puro motociclismo. Me siento por un momento en el verano de los Eagles, sonando en mi cabeza “Hotel California” y creyendo volver a escuchar aquel rumor concertado por un irrepetible concierto de sonidos: Guzzi, BMW, Laverda y sobre todo Ducati, el glorioso y colosal bicilíndrico de Montjuich.
Pero no, no es aquello.
Al acercarme a la ventana sin un alféizar en el que apoyarme para contemplar el espectáculo, vuelvo al instante del pasado. No se trata del legendario rumor de las 24 Horas tomando la montaña de Montjuich y extendiendo su manto sobre toda la ciudad, no; se trata de un rumor más bronco y también más próximo. Otra marca con más leyenda y con más historia que ninguna ha tomado literalmente la ciudad.
Cromados resplandecientes dibujan su estela sobre la plaza como en una de esas postales nocturnas que muestran galácticas las ciudades cotidianas. Colores austeros y algunos también estridentes, pero siempre tras ellos, como una tenebrosa maldad, el negro mate, el legendario lado oscuro, atrayente como el abismo, que se intuye en la noche, que se siente, a pesar de vivir mimetizado con la oscuridad. Veo pasar bajo la luz metropolitana chalecos con flecos y remaches, tela vaquera parcheada con calaveras y uves mecánicas, y también veo pañuelos anudados bajo cascos que dejan al descubierto rostros orgullosos, caras satisfechas y rictus de ostentosidad; también algunas sonrisas intercambiadas en marcha como muestra entrañable de reencontradas amistades.
Mi mirada distraída se posa en el frente, en el otro lado de la plaza, y me encuentro entre las dos torres del Paseo de María Cristina con la realidad que me ha traído este fin de semana a Barcelona: La pancarta, naranja de fondo negro, que cuelga entre los dos pilares de El Ferial termina por cachetearme los mofletes colocándome en el presente:
Barcelona Harley Days.
La marca de Milwookee ha hecho su día “D”, su desembarco en Europa por el Mediterráneo en esta ciudad olímpica desde el 92. Los dos apellidos unidos por la motocicleta, de tanto lustre y abolengo como otros unidos por el automóvil, celebran sus días –cuatro- por segundo año consecutivo en la ciudad condal con la clara intención, a juzgar por el impresionante y generoso despliegue, de institucionalizarlo en el tiempo.
Las cifras proporcionadas por la sección de prensa de la marca americana hablan por sí solas.
18.000 Harleys procedentes de todo el mundo.
Un millón de visitantes durante los cuatro días.
Desfile de banderas con 10.000 motoristas.
Abandono por la mañana el hotel y recorro el contorno de la Plaza de España cruzándome con una multitud curiosa, curiosa como yo, que se hace más densa a medida que me acerco a las dos torres. La inmensidad de la acera se ha visto invadida por las motos, cuajada hasta el punto de no distinguirse ni una de las mil baldosas que la alfombran.
Llego a las dos torres, cruzo el umbral y dos pasos más allá me hallo inmerso en el mundo hache de. Cuatrocientas Harleys de otros tantos orgullosos propietarios que las han aparcado militarmente en ese espacio abierto por la organización para deleite de curiosos, visitantes, harlystas y amantes de la moto en general.
Antes de continuar con este escrito, una aclaración sobre el orgullo, una palabra que ya ha aparecido y que aparecerá inevitablemente a lo largo de este reportaje: No quiero decir que las motoristas que posean una Harley sean por fuerza orgullosos, en absoluto; pueden ser más humildes que el mismísimo Oliver Twist; sin embargo, no me cabe la menor duda, porque así lo he observado siempre, de que todos y cada uno de ellos se sienten orgullosos de ser el dueño de una obra de arte sobre dos ruedas.
Después de recorrer esas decenas de metros, algo más de un centenar, donde el paseo central se ve ya flanqueado a ambos lados por sendas ristras de tiendas diversas, alusivas a la marca y al mundo custom en general, acaba el parking de los espontáneos harlystas y me topo con una enorme carpa de ropa a la moda marcada por los diseñadores de Milwaukee, siguiendo un poco más arriba un gran chirinquito de feria con Hot dogs, Hamburguesas, sándwichs y desde luego mucho Ketchup. La última carpa del paseo es la de la oficina que ha dispuesto la marca para recibir y atender a todo aquel que quiera participar en las Demo Rides y probar casi todos los modelos de la gama, dispuestos a continuación en batería; o al que desee inscribirse en una de las variadas rutas que ha preparado la organización repartidas por toda la provincia y estructuradas con una formación cuasi castrense.
A medio Paseo de María Cristina, en el flanco izquierdo y antes de alcanzar la carpa de las demostraciones, se abre un amplio espacio rectangular. El Harley Village.
Antes de dar los primeros pasos por la suave rampa que me deja en este extenso apartado, llegan a mis oídos rítmicas notas cargadas de una electricidad que contagia mis músculos, que recorre todas sus fibras. Rock de siempre, rickman Blues, Countri rock … La música más cadenciosa y animada de los U.S.A. brota del escenario y me acompaña mientras recorro exposiciones que muestran orgullosas las novedades de Harley y sus modelos más emblemáticos. En un acotado solitario, en medio del Village, veo el Tri Glide Ultra Classic, un aparato que me hace sencillo imaginarlo, con las modelos que lo acompañan, en una playa de Daytona; y en otro, más próximo al fondo, la controvertida Harley Custo, con sus llamativos colores, tan vivos y estridentes que parecen saltar las cuerdas que rodean la moto sobre la tarima. Más adelante, en el rincón de otra carpa, encuentro el Fit Shop, un simulador de customización (palabra aún no aceptada en el diccionario de la RAE) en el que los más soñadores dejan volar su imaginación y los más terrenales sueñan con las sugerencias que les propone el diseñador encargado de tan incitante juguete.
Continúo paseando para mirar con cierta intriga la carpa de Ladies of Harley, donde puedo ver motos retocadas a base de una serie de accesorios que tratan de dar el mayor atractivo posible desde el punto de vista femenino, pretendiendo hacer acopio de nuevas harlystas.
Merchadesing, zona infantil del H.O.G. (el club oficial de la marca) y, finalmente, acabando la vuelta al rectángulo y próximo otra vez al escenario, descubro una carpa irrepetible para mí. Un ramillete de bellezas del pasado se muestran tal como eran hace decenas de años, varias de ellas antes de la Segunda Guerra Mundial. Su estado es tan presente e impoluto que no parecen haber sido restauradas, no, es mucho más: es como si las hubieran mantenido embalsamadas o, de forma más moderna, preservadas al vacío desde el momento en el que fueron fabricadas y durante la mayor parte del siglo XX.
CONTINÚA...