Hablando de las carreras: La Salida, ese ingrávido momento.

moriwoki

USER
Hola a todos.

Podría pensarse, en un principio, que un texto sobre un tema semejante pudiera estar fuera de lugar en un foro de aquesta guisa; sí, pudiera ser así, a bote pronto. Sin embargo me consta, después de departir, charlar y compartir, incluso, mesa y mantel con unos cuantos de vosotros, que las carreras de motos no sólo no os pasan inadvertidas, sino que en una parte no despreciable de los harlystas sois asiduos aficionados a ellas.
Bien. Este escrito dibuja, o trata de dibujar, la perspectiva menos habitual de uno de los momentos más intensos, a veces el que más, de todos cuantos se viven en una carrera. Es la salida vivida desde dentro, sí, pero desde otra línea.

Espero que disfrutéis de su lectura.

Pdata. Dada la longitud del texto y que nos encontramos acotados por la limitaciones lógicas de un foro, dejo aquí una primera parte para continuar leyendo después, el que lo desee, en el enlace marcado.

Gracias.

Salida.jpg



LA SALIDA, ESE INGRÁVIDO MOMENTO


Los buenos pilotos, lo pilotos punteros, viven con toda su intensidad esa lucha por ser el primero, una posición que, si logran alcanzar, les llevará a deleitarse además con el manido tópico de las mieles del triunfo. Sí, así es y así ha sido a lo largo de la historia.

Sin embargo ellos, los primeros, no sólo no son los únicos que viven con toda la intensidad las eléctricas sensaciones que transmite una carrera, sino que tampoco son conscientes del inédito espectáculo que se pierden estando ahí delante, en la pole o en la primera línea. Los que salimos desde atrás disfrutamos de una privilegiada posición que nunca podrá apreciar alguien que no se haya visto, si siquiera por una vez, en ese atrasado lugar.

Voy a tratar de describir lo que yo mismo sí he vivido en unas cuantas e inolvidables ocasiones.

Vuelta de reconocimiento.
Ya se ha perdido el ceremonioso protocolo con el que todos nos tomábamos antaño, hace décadas, este trance. Guardábamos el motor del monocilíndrico con una bujía “caliente” en un régimen intermedio durante esa vuelta protagonizada, normalmente, por el nerviosismo: No podíamos pasearnos porque se engrasaba, pero tampoco nos podíamos alegrar abriendo el gas porque podíamos hacer, sencillamente, un agujero en el pistón. Ahora es muy diferente.

Doy esa vuelta de reconocimiento que en muchas ocasiones representa más un tanteo entre los rivales que otra cosa. Tira y aflojas, una pasada por la curva casi al ritmo de marcar tiempo y en la siguiente el ajeno transitar con la mano sobre el regazo, como si la anterior no hubiera significado ni más ni menos esfuerzo que la más lenta. Al llegar de nuevo a la parrilla aún me encuentro con una pequeña multitud pululando sobre el asfalto. Me detengo y alguien tira de la moto para dejarla anclada sobre los caballetes mientras poso mis pies sobre las estriberas. A los pocos segundos, una persona de alguna manera acreditada se pasea entre las motos haciendo un aspaviento continuo de sus antebrazos, cruzándolos y cortando el aire con las palmas de las manos mirando al suelo. Poco a poco el brutal estruendo de los motores va enmudeciendo hasta instalarse sobre la parrilla un sonoro silencio. Sí, se trata de un silencio muy particular que se siente con el sonido que se escucha, por ejemplo, bajo una catenaria de 25.000 voltios.

Una voz amiga me dicta unas palabras al oído con el último consejo, el último empujón verbal que ya no oigo, acompañado de una palmada en el hombro que ya no siento. Estoy ocupado, mis rivales y yo estamos ocupados en esos momentos regulando los nervios a la justa tensión: Ni tanta que atenacen y hagan torpes tus sentidos, ni tan escasa como para alejarte, para mantenerte ausente en un momento tan electrizante. Sí, la tensión exacta para mantener esa concentración que coordine con precisión milimétrica cada movimiento a partir del momento clave que se avecina.

Una voz que sí llega a mis oídos me acerca más a ese momento. Una voz que grita repitiendo una frase nacida en los cuadriláteros pugilísticos y que en la parrilla de salida suena como los clarines anunciando la inminente aparición del morlaco en el ruedo.
¡Mecánicos fuera. Mecánicos fuera!

Llega la Hora de la Verdad: mis compañeros de viaje y el que os lo cuenta nos quedamos absolutamente solos sobre el asfalto. A partir del instante en el que el último asistente desaparece con todos sus cachivaches a cuestas, se establece una insólita intimidad, un sentimiento colectivo semejante al que se fragua entre los pasajeros de una montaña rusa mientras su tren de carritos escala lentamente la rampa inicial.
Estamos solos y veo a mis rivales delante de mí como pasajeros de una nave colocada en la pista de despegue.

CONTINÚA EN...

La Salida: Ese ingrvido momento
 
Última edición:
Atrás
Arriba